1.
no
es que él no fuera recio, sino que su dulzura
prevalecía
sobre el resto & cantaba
&
se inclinaba & contaba cuentos casi olvidados
a
los niños en sus brazos
para
qué sirve un hombre
sino
para cruzarlo como un puente de hierro
para
qué, sino para
anudar
el cielo con el cielo
2.
sus
manos
se
cierran en torno a los barrotes, como se cerraron
sobre
el espíritu de su esposa y rompieron
la
gargantilla de coral, aquí la llama
chispea
bajo, no es que él haya olvidado
el
cielo que desgarra su costado
como
una flecha.
3.
golpeando
& golpeando contra la bóveda del cielo
se
eleva el tejado de lapislázuli sobre el turquesa & el jade
&
el jade más intenso, encendidos todos en el pilar secreto
de
marfil o de asta, volviéndose irregulares
mientras
el cuerno del carnero golpea la oscuridad & la desesperanza
le
devuelve el grito al sol que nace.
4.
la
luna se desliza sobre la textura de musgo
de
la pena; el liquen fosforece
áspero
en la oscuridad
donde
los demonios danzan, fruto amargo
&
fuera de estación, arrancado
aunque
nadie lo pida, arrancado
donde
los árboles blancos brillan en lo oscuro
donde
el venado
come
el pasto seco a través de la nieve.
5.
él
tartamudea y escupe vino
a
las flores blancas, estrellas de la oscuridad,
pisotea
los helechos antiguos
su
voz
tironea
de tu mente como las sirenas,
sus
ojos
aplastan
tu corazón como los cascos ebrios de los faunos
en
un Sabbat lluvioso.
su
aliento explota; luz roja & humo negro después
de
la conmoción, caés.
no
es que sea violento, pero las plegarias
que
le escribe a la ley se inspiraron en otro planeta
un
espacio-tiempo distinto donde el aire morado
tejía
sueños alrededor de ocho soles.
Versión en castellano de Sandra Toro
©DIANE
DI PRIMA (LOBA, Penguin Books, 1998).
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